Nunca digo la verdad para no engañar a la gente.
La gente cree que los que nunca dicen la verdad son unos mentirosos. No. Los mentirosos son los que mienten. Los que nunca dicen la verdad, no mienten. No decir la verdad ayuda a ser más felices. Admiro a los que siempre dicen la verdad porque nunca serán queridos. Odio a todos los que mienten porque siempre serán odiados. Pero yo soy de los nunca dicen la verdad. No decir la verdad es callarse todas esas realidades que están a la vista pero que no conviene decirlas porque todo el mundo es consciente de ello. ¿De qué sirve decir siempre la verdad? Si dices siempre la verdad, estas engañando a la gente. Hay gente feliz que no quiere saber la verdad, y nadie debería engañarle. Que nadie muestre la realidad a los que no se lo han pedido. Es como el cuento de la niña que deseaba la luna. Pídeme que te lo cuente.
Yo una vez, a ella; le dije que la amaba, no era cierto. Yo quería estar con ella sí; pero como con ella, con otra. Mentí. Ella me odia. A la otra decidí evitar cualquier palabra de amor. Pero sentía exactamente lo mismo que con la primera. No dije la verdad. Ella me sonríe todos los días. A otra más, le fui sincero, quería estar con ella pero tenía muchas otras con las que estar. Le dije la verdad. Jamás me va querer. A la que venga voy a decirle; bueno, mejor espero no tener que decirle nada. El silencio es la mejor palabra de amor. Es como el cuento de los que escuchaban a la gente en lo alto de la montaña. Pídeme que te lo cuente.
Pacho de niño quería ser torero. Sentirse querido por la gente. En esa época, los toreros eran los más queridos. Pacho, toreaba de maravilla a su perrita en casa mientras sonaba “El relicario” un pasodoble taurino. La perrita se llamaba Clotilde. Era muy juguetona, seguía a la toalla que Pacho le mostraba igual que un toro sigue el capote del torero. Pacho hacia unas corridas de toros de maravilla, sus padres le aplaudían, le gritaban torero, era el mejor y de mayor sería un diestro maravilloso. ¿Diestro? Recordad que Pacho tenía solo el dedo gordo en su mano derecha; y encima era diestro. Llegaba la hora de matar a la perrita Clotilde. Un palo simulaba la espada. Pacho agarraba el palo con su mano derecha, en la otra el capote-toalla; y a la hora de atinar a matar, se le caía el palo. Clotilde se le tiraba encima, le lameteaba la cara; Pacho lloraba en el suelo; ya no quería ser torero.
Este es un capitulo sincero, lleno de mentiras, que nunca dicen la verdad y con un par de cuentos que contar. Es como el cuento de Pinocho. No me pidas que te lo cuente.
FZG
bueno beno ahora entiendooo muxas cosassss
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